Otra muerte pesada del cine: Murió Ingmar Bergman. El hombre que tan bien tratara a la muerte en sus films pero esto es una excusa para mostrar la pluma de Woody. Otra demostración más del genio de Woody Allen con las palabras que se trasladan a sus cuentos o a sus guiones entre divertidos y asombrosos. Un sketch entre un hombre y su muerte, con toda la influencia posible de Bergman y su Séptimo Sello.
La muerte y Woody: un clásico. Sé que es un cuento largo. Larguísimo diría yo. Y al que llegue al final... felicitaciones.
La muerte y Woody: un clásico. Sé que es un cuento largo. Larguísimo diría yo. Y al que llegue al final... felicitaciones.
Nat: ¿Qué diablos es eso? (Trepando torpemente por la ventana, aparece una figura sombría y con capa. El intruso viste una capucha negra y ropa ajustada al cuerpo también de color negro. La capucha le cubre la cabeza, pero no la cara que es de mediana edad y absolutamente blanca. Resopla sonoramente y luego salta por encima del marco de la ventana y cae en la habitación.)
La Muerte: ¡Dios santo! Casi me rompo el cuello.
Nat (observando perplejo): ¿Quién es usted?
La Muerte: La Muerte.
Nat: ¿Quién?
La Muerte: Escuche... ¿puedo sentarme? Casi me rompo el cuello. Estoy temblando como una hoja.
Nat: ¿Quién es usted?
La Muerte: La Muerte. ¿No tendría un vaso de agua?
Nat: ¿La Muerte? ¿Qué quiere decir... La Muerte?
La Muerte: ¿Qué diablos le pasa? ¿No ve mi traje negro y mi rostro blanco?
Nat: Sí.
La Muerte: ¿Y le parece que puedo ser Pinocho?
Nat: No.
La Muerte: Entonces soy La Muerte. Ahora bien, ¿podría darme un vaso de agua... o una agua tónica?
Nat: Si se trata de una broma...
La Muerte: ¿Qué clase de broma? ¿Tiene cincuenta y siete años? ¿Nat Ackerman? ¿Calle Pacific 118? A menos que me haya equivocado... ¿dónde habré dejado el papel? (Se revisa los bolsillos hasta que saca una tarjeta con una dirección. La verifica.)
Nat: ¿Qué quiere conmigo?
La Muerte: ¿Que qué quiero? ¿Qué le parece que quiero?
Nat: Debe estar bromeando. Estoy en perfecto estado de salud.
La Muerte (sin dejarse impresionar): Uh-uh. (Mira en derredor) Es un hermoso lugar. ¿Lo hizo usted mismo?
Nat: Tuvimos una decoradora, pero yo la ayudé.
La Muerte (mirando una foto en la pared): Me encantan esos chicos de ojos grandes.
Nat: No quiero irme todavía.
La Muerte: ¿Usted no quiere irse? Por favor, no empecemos. No empeore las cosas, la subida me ha mareado.
Nat: ¿Qué subida?
La Muerte: Subí por el tubo del desagüe. Quería hacer una entrada dramática. Vi las ventanas abiertas y pensé que usted estaría despierto leyendo. Imaginé que sería divertido subir y entrar así, por las buenas, ya sabe... (Chasquea los dedos.) Pero me enganché el tacón en una enredadera, se rompió el tubo y me quedé colgado por un pelo. Después, se me rompió la capa. Mire, mejor vámonos de una vez. Ha sido una noche terrible.
Nat: ¿Con que me ha roto, además, el tubo del desagüe?
La Muerte: Roto, roto, no, sólo un poco torcido. ¿No oyó nada? Me pegué un porrazo en el suelo.
Nat: Estaba leyendo.
La Muerte: Entonces debía estar muy concentrado. (Hojea el periódico que leía Nat.) «Colegialas sorprendidas en una orgía de marihuana». ¿Me lo presta?
Nat: Aún no he terminado.
La Muerte: Bueno... no sé cómo decírselo, amigo, pero...
Nat: ¿Por qué no tocó el timbre de abajo?
La Muerte: ¿Y qué si no estoy tratando de explicarle? Podría haberlo hecho, pero ¿qué impresión le habría causado? Así queda más dramático. Pasa algo. ¿Ha leído Fausto?
Nat: ¿Qué?
La Muerte: ¿Y qué habría ocurrido, si estuviese acompañado? Estaría sentado, ahí, con gente importante. Llego yo, La Muerte. ¿Qué le parece mejor? ¿Que toque el timbre o aparezca de pronto? ¿En qué está pensando, hombre?
Nat: Escuche, señor, es muy tarde.
La Muerte: Tiene razón. Bueno, ¿vamos?
Nat: ¿Adónde?
La Muerte: La Muerte. Eso. La Cosa. Los Felices Campos de Caza. (Se mira la rodilla.) ¿Sabe?, es una herida bastante profunda. Mi primer trabajo y puede que me venga una gangrena.
Nat: Espere un minuto. Necesito tiempo. No estoy listo para ir.
La Muerte: Lo lamento mucho. No puedo hacer nada por usted. Me gustaría, pero es la hora.
Nat: ¿Cómo puede ser la hora? ¿Si acabo de asociarme con «Original-Prét-a-porter»?
La Muerte: ¿Qué diferencia hay entre un par de billetes más o un par de billetes menos?
Nat: ¡Claro! A usted, ¿qué le importa? Debe tener todos los gastos pagados.
La Muerte: ¿Quiere venir conmigo ahora?
Nat (estudiándolo): Perdone, pero no puedo creer que sea usted la Muerte.
La Muerte: ¿Por qué? ¿Qué se esperaba... Rock Hudson?
Nat: No, no se trata de eso.
La Muerte: Siento mucho haberle desilusionado, pero, oiga usted...
Nat: No se enfade. No sé; siempre pensé que usted sería... eh... un poco más alto.
La Muerte: Mido un metro setenta. Es normal para mi peso.
Nat: Se parece algo a mí.
La Muerte: ¿Ya quién tendría que parecerme? Al fin y al cabo soy su Muerte.
Nat: Déme un poco de tiempo. Un día más.
La Muerte: No puedo, ¿qué quiere que le diga?
Nat: Un día más. Veinticuatro horas.
La Muerte: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que mañana llovería.
Nat: ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?
La Muerte: ¿Como cuál?
Nat: ¿Juega al ajedrez?
La Muerte: No.
Nat: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez.
La Muerte: No podría ser yo porque no juego al ajedrez. Gin rummy, quizás.
Nat: ¿Juega al gin rummy?
La Muerte: ¿Si juego al rummy? ¿Juega Cruyff al fútbol?
Nat: Es muy bueno ¿eh?
La Muerte: Muy bueno.
Nat: Le diré lo que haré...
La Muerte: No quiera llegar a ningún acuerdo conmigo.
Nat: Le reto al gin rummy. Si gana, me voy en seguida. Si gano, me da un poco más de tiempo. Un poquitín... un día más.
La Muerte: ¿Y quién tiene tiempo para jugar al rummy?
Nat: Vamos, vamos. Dice que es tan bueno...
La Muerte: Aunque me gustaría hacer una partidita...
Nat: Vamos, compórtese como un caballero. Jugamos media hora.
La Muerte: En realidad, no debería...
Nat: Aquí mismo tengo las cartas. No se ahogue en un vaso de agua. Vamos.
La Muerte: De acuerdo, empecemos. Juguemos un poco. Me relajará.
Nat (tomando las cartas, una hoja para anotar, un lápiz): No se arrepentirá.
La Muerte: No me dore la píldora. Vamos a las cartas, déme una agua tónica y algo de picar. ¡Vaya! Aparece un desconocido en su casa y usted no tiene ni patatas fritas para ofrecerle.
Nat: Abajo, hay galletas en un plato.
La Muerte: ¿Galletas? ¿Y si viene el presidente, qué? ¿También le daría galletas?
Nat: Usted no es el presidente.
La Muerte: Dé las cartas. (Nat da y sirve un cinco.)
Nat: ¿Quiere jugar a una décima de centavo para hacerlo más interesante?
La Muerte: ¿No le parece aún lo suficientemente interesante para usted?
Nat: Juego mejor si hay dinero de por medio.
La Muerte: Lo que usted diga, Newt.
Nat: Nat. Nat Ackerman. ¿No sabe mi nombre?
La Muerte: Newt, Nat... ¡tengo tanta jaqueca!
Nat: ¿Quiere ese cinco?
La Muerte: No.
Nat: Entonces, recoja.
La Muerte (mirando sus cartas mientras recoje): Dios santo, aquí no conseguí nada.
Nat: ¿A qué se parece?
La Muerte: ¿A qué se parece qué? (A lo largo de la siguiente conversación, cogen y abren cartas)
Nat: La Muerte.
La Muerte: ¿Cómo tendría que ser? Usted abrió allí.
Nat: ¿Hay algo después?
La Muerte: Aaahh, se está guardando los dos.
Nat: Le estoy preguntando. ¿Hay algo después?
La Muerte (con aire ausente): Ya verá.
Nat: Ah, entonces, ¿voy a ver algo?
La Muerte: Pues, quizás no tendría que habérselo dicho de ese modo. Descarte.
Nat: No suelta usted prenda, ¿eh?
La Muerte: Estoy jugando a las cartas.
Nat: Pues bien, juegue.
La Muerte: Mientras tanto, le estoy regalando una carta tras otra.
Nat: No mire el pozo.
La Muerte: No estoy mirando. Lo estoy poniendo recto. ¿Cuál fue la carta para cerrar?
Nat: ¿Ya está listo para cerrar?
La Muerte: ¿Quién le dijo que estaba listo para cerrar? Lo único que pregunté es con qué carta se cierra.
Nat: Y lo único que yo pregunto es si debo esperar algo para después.
La Muerte: Juegue.
Nat: ¿No puede decirme nada? ¿Adónde vamos?
La Muerte: ¿Nosotros? Para decirle la verdad, usted tropezará en un montón de pliegues en el suelo y se caerá.
Nat: ¡Oh, no quiero verlo! ¿Me va a doler?
La Muerte: Un par de segundos. ¿Qué tal con cuatro puntos?
Nat: ¿Cierra y se va?
La Muerte: ¿Son buenos cuatro puntos?
Nat: No, yo tengo dos.
La Muerte: Está bromeando.
Nat: No, usted pierde.
La Muerte: ¡Dios santo! Y pensar que creía estar guardando los seis.
Nat: No, su turno. Veinte puntos y dos cajas. Dé. (La Muerte da las cartas) Debo caerme al suelo, ¿eh? ¿No puedo estar de pie sobre el sofá cuando suceda?
La Muerte: No, juegue.
Nat: ¿Por qué no?
La Muerte: ¡Porque todo el mundo se cae al suelo! Déjeme en paz. Estoy tratando de concentrarme.
Nat: ¿Por qué tiene que ser al suelo? ¡Es lo único que digo! ¿Por qué demonios no puedo estar al lado de un sofá cuando suceda?
La Muerte: Haré lo que pueda. ¿Quiere jugar, sí o no?
Nat: De eso estoy hablando. Usted me recuerda a Moe Leftkowitz. Tozudo como una mula.
La Muerte: ¿Que le recuerdo a Moe Lefkowitz? ¡Soy una de las figuras más terroríficas que pueda imaginarse y al señor le recuerdo a Moe Leftkowitz! ¿Quién es? ¿Un peletero?
Nat: Ya le gustaría ser ese peletero. Hace ochenta mil dólares al año. Fabricante de pasamanos. Tiene su propia fábrica. Dos puntos.
La Muerte: ¿Qué?
Nat: Dos puntos. Voy. ¿Qué tiene?
La Muerte: Tengo una mano como el resultado de un partido de baloncesto.
Nat: Y son espadas.
La Muerte: ¡Si no hablara tanto! (Vuelven a dar y siguen el juego.)
Nat: ¿Qué quiso decir cuando dijo que era su primer trabajo?
La Muerte: ¿Qué le parece?
Nat: ¿Quería decirme acaso... que antes de mí no ha muerto nadie?
La Muerte: Por supuesto que sí. Pero yo no los llevé.
Nat: Entonces, ¿quién lo hizo?
La Muerte: Los otros.
Nat: ¿Hay otros?
La Muerte: Claro. Cada uno tiene su forma personal de irse.
Nat: No lo sabía.
La Muerte: ¿Por qué habría de saberlo? ¿Quién se cree que es al fin y al cabo?
Nat: ¿Qué pretende decir con eso de quién me creo que soy? ¿Acaso soy un Don Nadie?
La Muerte: Nadie no. Es un confeccionista de prét-á-porter. ¿De dónde va a sacar un conocimiento de los misterios eternos?
Nat: ¿De qué está hablando? Yo gano mucha plata. Envié mis dos chicos a la universidad. Uno está en publicidad, el otro se casó. Tengo casa propia. Llevo un Chrysler. Mi mujer tiene lo que se le antoja. Criadas, abrigo de visón, vacaciones. En este momento está en Edén Roe. Cincuenta dólares al día sólo porque quiere estar cerca de su hermana. Tengo que reunirme con ella la semana que viene, entonces, ¿qué piensa que soy? ¿Un tipo de la calle?
La Muerte: Está bien. No sea tan quisquilloso.
Nat: ¿Quién es quisquilloso?
La Muerte: Yo también podría enfadarme porque me ha insultado.
Nat: ¿Quién le ha insultado?
La Muerte: ¿No dijo que lo había desilusionado?
Nat: ¿Qué espera? ¿Pretende que tire la casa por la ventana?
La Muerte: No estoy hablando de eso. Quiero decir, yo personalmente, que soy demasiado bajo, que soy eso, que soy lo otro.
Nat: Dije que se parecía a mí. Es como un reflejo.
La Muerte: OK, está bien, corte, corte. (Continúan jugando mientras sube el volumen de la música y se van apagando las luces hasta la oscuridad total. Las luces vuelven a encenderse lentamente; ha pasado el tiempo y se ha terminado la partida. Nat anota los puntajes.)
Nat: Sesenta y ocho... ciento cincuenta... Bueno, ha perdido.
La Muerte (mirando, abatido, los naipes): Sabía que no debía haber tirado ese nueve. ¡Mierda!
Nat: Entonces, le veo mañana.
La Muerte: ¿Qué significa eso de que me ve mañana?
Nat: Me gané un día extra. Ahora déjeme.
La Muerte: ¿Habla en serio?
Nat: Un trato es un trato.
La Muerte: Sí, pero...
Nat: No me venga con «peros». Gané veinticuatro horas. Vuelva mañana.
La Muerte: No sabía que jugábamos por tiempo.
Nat: Lo siento mucho. Tendría que prestar más atención.
La Muerte: ¿Y ahora qué voy a hacer durante veinticuatro horas?
Nat: A mí, ¿qué me importa? El asunto es que le gané un día extra.
La Muerte: ¿Qué quiere que haga... que camine por las calles?
Nat: Métase en un hotel, váyase al cine. Tome un baño de vapor. ¡No haga de eso un asunto de Estado!
La Muerte: A lo mejor se ha equivocado al contar.
Nat: No sólo no me he equivocado, sino que me debe, además, veintiocho dólares.
La Muerte: ¿Qué?
Nat: Así es, amigo. Aquí está, léalo.
La Muerte (revisándose los bolsillos): Tengo sólo unas cuantas monedas, pero no veintiocho dólares.
Nat: Le acepto un cheque.
La Muerte: ¿Un cheque? ¿En qué cuenta?
Nat: ¡Si todos mis clientes fueran como usted!
La Muerte: Ponga un pleito, demándeme, haga lo que quiera. ¿Cómo voy a tener yo una cuenta corriente?
Nat: Muy bien, muy bien. Déme lo que tenga y quedamos en paz.
La Muerte: Escuche, necesito este dinero.
Nat: ¿Por qué va a necesitar dinero la Muerte? Cuénteselo a su tía.
La Muerte: No haga bromitas. Está a punto de ir al Más Allá.
Nat: ¿Y qué?
La Muerte: ¿Cómo, y qué? ¿Sabe lo lejos que está?
Nat: ¿Y qué?
La Muerte: Y la gasolina ¿qué? ¿Y el peaje?
Nat: ¿Con que vamos en coche?
La Muerte: Ya verá. (Agitado) Mire, vuelvo mañana y me da otra oportunidad para recuperar mi pasta, ¿eh? De lo contrario, tendré problemas.
Nat: Como quiera. Es muy posible que gane una semana extra o un mes. Quizá, un año... Del modo que juega...
La Muerte: Mientras tanto, me he quedado sin un peso.
Nat: ¡Hasta mañana!
La Muerte (empujado hacia la puerta): ¿Dónde hay un buen hotel? ¿Qué hablo de hoteles si no tengo un céntimo? Iré a sentarme en una confitería. (Recoge el «News».)
Nat: Eh, deje eso. Es mi diario. (Se lo saca)
La Muerte (yéndose): ¡Y pensar que pude agarrarlo y llevármelo sin problemas! ¿Por qué me dejé enrollar con el rummy?
Nat (llamándole): Y tenga cuidado al bajar. ¡En uno de los escalones, la alfombra está suelta! (Y, al instante, se oye un gran estruendo y el sonido de alguien que cae. Nat suspira, luego se dirige a la mesita de noche y hace una llamada telefónica.)
Nat: ¿Hola, Moe? Yo. Escucha, no sé si alguien me ha hecho una broma o qué, pero la Muerte acaba de estar aquí. Jugamos un poco al rummy... No, la Muerte. En persona. O alguien que afirma ser la Muerte. Pero, Moe, ¡es el rey de los huevones!