Sentado en un sillón desvencijado, miraba con gesto adusto su trencito de juguete que hacía el mismo camino anodino en ocho una y otra vez. Casi como sin prestarle demasiada atención. En eso escucha que golpean su puerta. La apariencia del hombre que llamaba con insistencia distaba años luz de su famoso personaje del cine. Ese vagabundo del bigote, bastón y bombín. Canoso y con gesto de rabia, hacia sonar fuerte sus nudillos sobre la madera rancia.
El dueño de casa abrió la puerta con la parsimonia de siempre. Sin hablarle preguntó con su mirada y el mentón sutilmente elevado el por qué se lo molestaba. Su inexpresión hacia juego con su apodo famoso de cara de piedra.
”Soy Charles Chaplin y estoy cansado que se me compare o se minimicen mis logros por culpa suya. Hasta incluso hay gente snob que insinúa que sus cortos son mejores que los míos, que es más gracioso y demás bobadas. ¡Que se dude de mi grandeza en definitiva! Lo desafío a una pelea limpia a la vista de todos y que gane el mejor”.

Buster Keaton luego de unos minutos de impavidez, levanto sus hombros en el clásico gesto de me da lo mismo y cerró la puerta. Chaplin tomo su respuesta como afirmativa y armó mentalmente el combate de box más espectacular visto. En cinco rounds se decidiría quien era el más grande del cine cómico mudo todo y se sabe que en las artes, no hay lugar para dos números uno.
El día del combate el lleno del lugar era total. Con pancartas vitoreando a su favorito, el marco era imponente y expectante. La entrada de Chaplin fue a todo esplendor acompañada de bombos, platillos, luces y papelitos al aire. Casi nadie se dió cuenta que por el lado opuesto y en ese mismo instante, Buster peleaba con las cuerdas sin éxito para lograr ingresar al ring.
Al sonar la campana Charlie comenzó con su danza frenética e improductiva, la misma de sus actuaciones en los cortos lanzando golpes sin sentido. Buster, a simple vista apenas más bajo pero mucho más atlético, lo observaba con su mirada torva, su guardia baja y sus brazos en jarra. Por supuesto tenía su Stenton chato puesto. Es que nunca se desprendía de su horrible y ridículo sombrero.
Fue todo muy rápido. Cayó derribado de un solo golpe. El impacto duro y seco contra la lona hizo callar a la multitud. Con los ojos bien cerrados, Chaplin fue retirado y llevado en ambulancia acompañado de los gritos de sus niñas fans, casi todas menores de edad.
Su salida del hospital a los dos días fue todo un acontecimiento, lo esperaban para llevarlo en andas y recorrer las calles en una demostración que solo se vería con las futuras estrellas de rock.
Mientras tanto, alguien sentado en un sillón desvencijado miraba con gesto adusto su trencito de juguete que hacía el mismo camino anodino en ocho una y otra vez. Casi como sin prestarle demasiada atención.
