Mi mapa cultural no es patriota, mucho menos nacionalista. El territorio donde se nace es aleatorio, no tiene una gran importancia como valoración real. Querer el lugar de origen es de agradecido, pero sabemos que eso no lo hace mejor que el del vecino.
Me siento argentino en la fantasía de Cortázar, en la música de Spinetta y las letras de Fito Páez. En las gambetas de Maradona, en el cine de Leonardo Favio y en el lema del Peronismo. En las caminatas por el Parque Lezama y en la arena caliente de Mar del Plata. Esa es mi cultura y mi lugar en el mundo.
Pero también me siento pleno en el empaste de Van Gogh, el fraseo de Bowie, las piruetas de Buster Keaton, la sexualidad de Prince. En la estética de Kubrick, el lamento de Kafka, los diálogos de Woody Allen. El bandoneón del tango y la guitarra negra del funk. Y también en la tierra española de Cambados que no conozco pero que de allí provengo.
La patria no pueden ser solo los límites geográficos sino la suma de lo vivido, de la familia y amistades reunidas y el pensar en un futuro con los hijos en el lugar que se valore.
La patria es un estado mental.