
Extraña nota realizada por Humberto Arenal, un periodista de La Habana, Cuba. Decimos extraña porque pasa sin límites de una fascinada admiración hacia Buster Keaton, hasta un odio -entre mezquino e intolerante- por un cambio de opinión con su ídolo de antaño. Una extraña y simpática curiosidad.

Nuestras películas preferidas eran las de Charles Chaplin, "Canillitas" como lo llamábamos entonces. Pero también traía películas de Harold Lloyd, Rodolfo Valentino, Mary Pickford, y muchos otros. Y un día trajo como una novedad una de un actor muy singular que se llamaba Buster Keaton, pero al que le habían puesto el apodo de Cara de Palo. Era un actor muy parco, triste, en apariencia inexpresivo, sorprendente, y jamás reía.
A pesar de todo esto, hacia reír. Recuerdo muy bien el nombre de esa primera película, El navegante, porque la vimos muchas veces. Keaton venía del circo donde logró ser un consumado acróbata y también trabajó en su juventud en los music halls de Estados Unidos. Entonces yo no sabía nada de esto, lo supe después cuando lo entrevisté en 1958 en Nueva York. Era increíble, pero toda la magia del cine se lograba de la manera más sencilla: una sábana blanca, una sala oscura y un público primordialmente de niños y adolescentes que reíamos, gritábamos, hablábamos; regocijados al máximo.

Inevitablemente le pregunté sus opiniones sobre Chaplin, pues sabia que en una época había existido una gran rivalidad entre ambos, en la que siempre salía ganando Chaplin.

Me dijo que Charles (siempre se refirió al otro así, usando solo el nombre) era un gran actor, un incansable trabajador, un perfeccionista. Nunca antes habían trabajado juntos, tenían estilos muy diferentes. El suyo era contenido, introspectivo y el de Charles era democrático.“Pero Charles fue muy respetuoso conmigo, me dejó hacer las cosas a mi manera”, me dijo Keaton. Quizás la verdad estuviera en que se decía que Chaplin le había dado trabajo en Candilejas sobre todo por la mala situación económica de Buster Keaton que apenas trabajaba.
Además, era sabido que durante un buen tiempo se había convertido en un alcohólico, aunque en la entrevista solo se tomó una Coca Cola. En esa época, que fue al final de su carrera y de su vida (murió en 1966) vivía haciendo comerciales para la televisión.

Le pregunté su opinión sobre Cantinflas, los había visto trabajar juntos en Alrededor del mundo en 80 días, y me respondió que tenía una mala opinión del cómico mexicano. Me confesó que lo consideraba un actor exagerado, externo. Que dependía mucho de la palabra. No creía que había hecho bien el personaje de

El comentario era rencoroso, de mala fe. Por eso le dije que en los países de habla hispana Cantinflas era considerado un gran cómico, que hasta habían inventado una palabra aceptada por el diccionario “cantinflismo”. Y ese hombre que no sonreía fácilmente dijo con una sonrisa sardónica: “Quizás entre ustedes resulte gracioso, ustedes tienen otro sentido del humor.”

Del libro Encuentros, Ediciones Unión (2002)

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