Recuerdo un partido junto a mi padrino, mi hermano y mi papá, donde el Boca de Maradona goleó a San Lorenzo, donde mi padre se retiró antes de finalizado aduciendo que tenía que ir a trabajar a su bar (que estaba a pocos metros del estadio).
Todo argentino que lo vivió por tv, recuerda bien donde estaba ese día del Argentina - Inglaterra del mundial 86'. Del primer gol no recuerdo nada pero del segundo si de mi reacción: tomarme la cabeza entre las manos, apoyando con los codos en las rodillas. No había forma de hacerle honor con un festejo a esa maravilla de jugada.
Un mediodía de pandemia, prendo mi computadora y me entero -sin anestesia- de la muerte de Diego. La ironía es que llevaba puesta una remera con su figura de ese año 81'. Cuando mi pareja se levanta y me pregunta que me pasa por mi gesto sorprendido y triste, le muestro los titulares sin hablar y se va al baño a llorarlo.
Maradona representa (y lo hace hoy aún con más fuerza), un pedazo de mi historia.